¿Reconoces esta torre? Tal vez no la identifiques a primera vista. Se trata del palomar en donde se refugió Tita, la protagonista de Como agua para chocolate, el día en que descubrió que su sobrinito había muerto. Está situado en el antiguo ejido de San Isidro, Coahuila. (Fotografía de María Dolores Bolívar)

Saturday, November 25, 2006

Zacatecas frontera por donde quisiera a mi tierra volver…

Miré las casas vacías; las puertas desportilladas, invadidas de yerba. ¿Cómo me dijo aquel fulano que se llamaba esta yerba? "La capitana, señor. Una plaga que nomás espera que se vaya la gente para invadir las casas..."
Pedro Páramo/Juan Rulfo


Cómo llegué a Zacatecas con mis dos hijos y mis tres maletas (bueno, tal vez eran siete) es algo que me preguntaré, una y otra vez, o las veces que repase el camino de la Hidalgo al Mesón de la Moneda o que desde mi cuarto con vista a la ciudad –mi palco majestuoso- elija ver pasar las primeras amistades que fueron a dar con otras y otras que, vistas en conjunto, se vuelven un desfile insólito de historia, color y movimiento.

Me tomó un mes aposentarme en la calle del Ángel, en la primera casa donde viví. Olvidé por descuido el nombre del agente que me la ofreció en renta, en estado de abandono y plagada de trebejos, pero también de golondrinas y de hermosos rincones. Mis hijos todavía organizan sus recuerdos por las casas, emblema paradójico de una espiral de inestabilidad. Creo que ese título puse al archivo de fotos de familia, “nuestras casas”. Del ángel, de La Rayón, de Gardenias, de San Miguel del cortijo. Y luego están, también, las escuelas. Desde la primera de uniformes de color de pollo y libros forrados en lustre rojo y blanco, hasta las últimas, de cuyas colas para solicitar inscripción conservo intactos los malestares, las quejas.

Zacatecas fue, sin duda, un segundo doctorado. Si hubiera solicitado la beca Rockefeller para ir a entrevistar en un solo viaje a Rafael Coronel, Manuel Felguérez, Vicente Rojo, José Luis Cuevas, Irma Palacios y Francisco Castro Leñero, la habría obtenido. Me la habrían dado con tan solo la propuesta de entrevistar a Amparo Dávila, Juan Bañuelos o a cualquiera de esos nombres y rostros que tuvieron que quedarse fuera de la sección hoy titulada las voces.

Y si en una vida me hubiera sido dado conocer a John y Colette Lilly, de la mano de Santos de la Torre Santiago, a Pedro Valtierra, a Luis de la Torre, habría valido la pena de vivirla. Pero hubo más, mucho más. No pude, literalmente, abarcar en un volumen los nombres y los hechos. Con esto no amenazo que habrá una Zacatecas II, ni que habría tenido que ir, incluso, por la Guggenheim.

Este libro es un viaje en palimsesto por tiempos, escrituras, imágenes, Méxicos (en plural). Todo se dio en esa suerte de Aleph que acabó siendo Zacatecas para mí. En ella cumplí varios ciclos para después salir como entré, con tan solo mis hijos y mis tres maletas (¿eran cinco?).

Al igual que el viaje real, el viaje en papel tenía que ser colectivo. Y sin financiamiento o tregua. No lo preparé en una oficina, como la de Tempe, Arizona; no obtuve para hacerlo la Rockefeller o la Guggenheim. No hubo sabático. ¡Qué va! Lo hice al tiempo en que recorría, a diario, entre 160 y 240 millas; enseñando cursos de inglés, español, lectura, cómo ser mejores padres, educación para la violencia, métodos de enseñanza, técnicas de redacción. Lo hice al tiempo en que redacté diccionarios y traduje libros de horticultura, odontología, bienes raíces, medicina nuclear, mobiliario, etceterilla. ¡Lo hice! Quizás desde esa persistencia de La Ruda y gracias a la elusiva existencia de María Múzquiz, esos dos pseudónimos maravillosos que me enseñaron a ser, incluso ubicua, vía Internet.

¡Lo hice! Para no defraudar a mis lectores -coautores y cómplices-; a todos esos amigos que me preguntaban, al palpar como yo la elocuencia de aquellas realidades maravillosas, ¿por qué no pones todo eso en un libro?

¡Aquí está! Con la foto de Pedro Valtierra en la portada, vaya un honor. El título no pudo ser otro que Zacatecas, seguido de ese par de palabras que mejor la describen. Polvo de mapas que se desdibujan; polvo de caminos que se recorren, polvo de los desvanes que conservan sus claves, de puro milagro… A nadie debe caberle duda que Zacatecas es el punto del camino al que conducen todos los Méxicos -no en vano los aztecas la llamaron Puerta de la Civilización- ¿Y luz? Luz del sol y luz de memoria; luz deslumbrante de junio y luz escasa de diciembre que me enseñó a añorar mi desierto; luz del relámpago que rompe en el cielo para alegría de la parcela temporalera... Y de entre luz y polvo quise honrar a ese mundo y ese tiempo en que me fue dado tocar cuanto consigno aquí.

No dejaré de asegurar que la especialidad en estudios de México no debe concretarse sin haber pisado Zacatecas… que son esos mismos cañones los que inspiraron a Mariano Azuela, en Los de abajo; tierra que sirvió de marco a Yañez, tomada no de Jalisco, lo aseguro, sino de por allá por Nochis (amoroso para Nochistlán) o por Tepechi (cariñoso de Tepechitlán). ¿Y Comala? Que alguien venga a decirme que Rulfo no se inspiró en Mazapil o Monte Escobedo, justo ahí donde uno deja las supercarreteras y los libramientos de asfalto aéreo para enfilarse hacia un pedazo de tiempo atrapado en una dimensión distinta.

Y como en Pedro Páramo, donde el cacique es apenas un mal recuerdo, el nombre del terrateniente atroz cuya vida tocaba y transformaba las cosas de manera ya casi involuntaria, diré que este no es un libro acerca de la corrupción, ni retahíla de quejas por el estilo de emperador con el que se conducen los hombres y mujeres del poder en cada estado y cada municipio de mi querido país, huérfano de líderes y, hasta quizás, de futuros héroes. Aquí no enuncio atropellos y desmanes cometidos a cabal impunidad contra la gente y la creatividad y el futuro de la patria. ¡No! ¡Por Dios que no! ¿Cómo quitarle el protagónico a todos esos seres pensantes y sensibles que desde tiempos de Tenamaztle han apostado por sobrevivir a toda debacle, a todo tiempo de mediocridad, de autoritarismo y despojo. Que como el Tenamaztle de Los agravios, los zacatecanos de hoy, en diáspora por el mundo, salvaguardan su esencia y su tierra trabajando, luchando, así, sin tregua -“¡Axcanquema, tehual nehual!-

¿Que cual criterio seguí para incluir o eliminar un texto? El comentario casual, la lectura sincera, el interés revelado por una comunidad receptiva de la que alguna vez me dijeron “no lee” y que a mí me leyó, con atención, con interés, con ojo crítico… y que se tomó la molestia de seguirme, de escribirme, de instarme a representarla sin afeites, sin poesía, sin metáforas.

¿El título? “Pretensión insólita de mi humildísima pluma…” Pensé en varios. La Ruda, título de mi columna crítica, pareció a momentos corresponderle por derecho. Lo desbancó Olas Civiles aquella hoja cultural que murió por capricho, argumentándose que la metáfora de López Velarde, ni más ni menos, sonaba “subversiva”. Pero evocar cualquiera de las publicaciones que inicié y vi morir, como las muchas batallas perdidas por Aureliano Buendía, no sería fiel a ese conjunto inspirador, a esa Ítaca seductora. Zacatecas, polvo y luz, quedó, pues, para el tiempo. Porque si hubiera sitio para rescribir la línea de un corrido que nos pertenece a muchos, yo cambiaría un poquito el de Sonora, ay me perdonen los de Nogales… Zacatecas frontera por donde quisiera a mi tierra volver…

¡Que viva pues, esa Zacatecas que luce en mi cuello parado!

No comments: