¿Reconoces esta torre? Tal vez no la identifiques a primera vista. Se trata del palomar en donde se refugió Tita, la protagonista de Como agua para chocolate, el día en que descubrió que su sobrinito había muerto. Está situado en el antiguo ejido de San Isidro, Coahuila. (Fotografía de María Dolores Bolívar)

Thursday, January 22, 2015

La culpa es de los tlaxcaltecas

¿Swastika? Power's Guide to Mexico, de 1937.
Desperté en día de Martin con la urgencia de lidiar con Librero empolvado. Meta  mayor del feriado: Cambiar muebles de lugar. Pondría a Cama donde estaba Lámpara y a Lámpara junto a la puerta del balcón. Llevaría a Escritorio de la sala junto a Lámpara y, en su lugar, colocaría a Librero. Ahora Silla Giratoria, que antes daba a Ventana Principal, daría en ángulo hacia Rincón Exterior entre Fuente y Mampara, que saqué de debajo  de Cama y que pinté, para darle nuevo aire, enamorada de su madera. 

En medio del trajín, desde Librero, me atrajo El poder de la sátira, de Robert C. Elliot (5 dólares de sátira y análisis desde los griegos al apéndice, titulado “The curse”.) Yo me clavé en el capítulo 4, “El satirista satirizado: Estudios de los Grandes Misántropos.” A la tercera tesis de cómo leer a Moliere estaba convencida de que Fuente quedaría mejor en la sala y dispuse un rincón donde poner almohadones y libros cómodamente junto a Chimenea. Para la cuarta tesis me había echado yo junto a Ventana Principal, con Cafecito humeando y todo el tiradero alrededor, esperando mejor momento de retomar. En eso llamó mi hija y nos enfrascamos en la charla de esto y lo otro. Ya para despedirnos, un estruendo que pareció el fin del mundo me llevó a volver a la recámara. Brisa tumbó a Mampara que acabó hecha trizas, en el suelo, noqueando a Mac, que esperaba atención y volver a Escritorio. Por suerte Mac no sufrió daño alguno y mi súper resistente goma, especial para madera, restituyó a Mampara la gloria que mantuvo intacta durante los dos años que permaneció arrumbada, debajo de Cama.

Entonces, Cama recuperó su puesto, junto a Librero. Ni Almohadones ni Fuente prescindieron de Ventana Principal o de Escritorio. Lámpara acabó donde estaba… Y yo llegué el capítulo titulado “Los Viajes de Gulliver”. 
Con todo en su lugar, tuve un fugaz momento de reflexión acerca de este apartamento en el que empiezo el tercer año sin haber cambiado los muebles hasta el remolino fallido de hoy. Y casi había pasado todo Lunes sin televisión y sin computadora, y con apenas una noción muy vaga de las cosas del mundo, más allá de Lámpara, Escritorio, Mampara, Cama, Librero y Mac.

Al final dejé las cavilaciones debido a dos contratiempos. El primero, que se cayó el cuadro, en lo que todavía estaba recargado junto a la puerta, esperando volver al clavo que ya lo aguardaba en la pared, sin mudanzas. Piensas bien, se hizo añicos. 

¿El segundo contratiempo? Encontré una carpeta donde guardaba en las primeras páginas La culpa es de los tlaxcaltecas… y como si el tiempo alcanzara me enfrasqué en ese mal milenario de creer que hay culpables. 
Entre la torta de jamón y el té de mangostino, fui de nuevo a Sillón y me escuché lanzar la orden “X Box on”. Todavía no entiendo los humores de X Box, que me puso sin más frente a Aristegui en conversación, desde Buenos Aires, con Miguel Bonasso… La culpa es de la CIA, concluyeron… Cuando el programa terminó, saltamos al noticiero donde escuchamos varias culpas más… los musulmanes extremistas, los norcoreanos, los pederastas, el papa…

No habría podido conciliar el sueño, a no ser porque Mac permaneció en el piso y X Box tuvo un impasse, sin sonido, como en los tiempos en los que se iba la sintonía en lo más interesante… 
Yo me volví a clavar en un trío de revistas de 1937 que mi mano alcanzó, Power’s Guide to Mexico. Abrí la primera página y no pudo haber momento más revelador. La foto que acompaña este texto consigna nítidamente lo visto. Culpa y Sátira pasaron a un segundo plano. Por hoy, me dormí entre mapas y anuncios del turismo de EEUU a México, a finales de los treinta. “Ni hablar…” me dije, Titularé este escrito “La culpa es de los tlaxcaltecas”… ¿Verdad que es buena idea? [Continuará...]

Texto y foto © María Dolores Bolívar

Apuntes acerca de la retacería que conforma el mapa cultural de EEUU


María Dolores Bolívar

El color


Desde hace años que las ciudades y los barrios antiguos en Estados Unidos cambian de color. La mayoría de personas que llegan a vivir a una casa vieja vienen de otra parte. En la geografía san dieguina, por ejemplo, la antigua división norte sur se ha modificado.

Los hispanos ya no solo están en Chula Vista, National City o la zona sur del centro de la ciudad, en barrios como Logan, Sherman o Golden Heights. La misma geografía de tú en tu lado y yo en el mío se ha extendido, por núcleos hacia los cada vez más amplios territorios de la geografía suburbana.

En los últimos diez años hemos visto cambiar el color de Mira Mesa, Vista, Escondido, Oceanside, Ramona, El Cajón, Spring Valley. La línea divisoria no solo va con los hemisferios sobre el mapa sino que corta en dos mitades el abajo y el arriba. Si miras hacia las casonas de los cerros, éstas denotan dominio sobre el mundo y  estas parecen recibir más aire, más luz, más sol.  En el extremo de abajo, a ras de valle, sin vista qué reclamar y disputándonos cotidianamente la reducida parcelita de terreno, estamos todos los demás.

Cruzando la calle, sobre la que se levantan los edificios de apartamentos donde yo vivo, está una comunidad que cotizó dos cientos mil dólares por unidad más que la mía, la razón, los metros hacia arriba. Al final, la empresa que vendía los condominios de mi lado desistió de hacerlo. ¡Sorprendente! Uno diría que habría sido más fácil vender los más baratos, pero no. “Fracasaron”, resumió con un solo verbo, en pasado simple, la vecina metiche que aseguró que los aspirantes a condominio tuvieron que volver a rentarse por no llenar el requisito de la altura.

Yo, que lucía demasiado alegre con mi “condominio” vuelto a alquilar, no tuve ninguna justificación a mano para agregar a aquella trama de los hemisferios y sus bordes. Y abajo he permanecido, como si nada, evitando los cruces con la vecina que no concretó su sueño, por unos cuantos pies.

Soledad y silencio


La semana pasada en mi edificio una fiesta de cumpleaños generó un tremendo desaguisado. Abrí mi puerta, que da a un pasillo profundo, a eso de las once de la noche porque desde las escaleras  y el piso superior se dejaban oír los gritos de muchos que reclamaban silencio para poder dormir.

Cuando note que eran apenas las once y que los tales ruidos que acusaban eran casi imperceptibles desde mi apartamento, las quejas me parecieron excesivas. ¿A las once? Pero si hasta Cenicienta obtuvo permiso para fiestear hasta la media noche.

La chica del cumpleaños debe haber intuido que yo era su única aliada pues caminó en la oscuridad hacia mí para aclararme que esa noche cumplía diecisiete y que sus padres no sabían que había invitado más chicos de la cuenta. Jamás sabré cuantos comensales hubo porque al tiempo en que la cumpleañera me contaba la historia, ellos se dispersaban, como hormiguitas descarriadas, hacia la oscuridad del exterior, por si venían los agentes de seguridad que nos resguardan, a pedido, las veinticuatro horas.

¡Esto es un apartamento! Me escuché decir al tiempo en que cerré la puerta, indignada, no por los celebrantes, sino por quienes armaban la pelea contra ellos, generando un escándalo mayor.

Entonces comprendí otra nueva realidad. La soledad. Nuestra sociedad es eso, un mundo compartimentado de gente solitaria. Un coche por persona y para cada uno, también, una casa. Los viejos morirán o se irán a los llamados centros de retiro y muchas familias se separarán convirtiendo a la mayoría de niños y adolescentes en habitantes temporales, entre casas. Esta panorámica demográfica predomina en las comunidades de cuello blanco como la mía. Durante el día, la soledad aumenta. Me declaré hace mucho la habitante fantasmal que se queda de día en un barrio casi desierto. El poco movimiento y trajín de mis vecinos inicia a eso de las cinco en adelante, con el ultimo motor que se enciende no más tarde de las nueve. Los primeros en retornar, con excepción de pocos jóvenes preparatorianos que llegan solos a eso de las tres, aparecen a las seis o las siete, la hora en que apuran a sus perros a pasear.

Mi zona inauguró en los setentas la moda de las comunidades recámara. Hoy, representa el sur de esa mancha suburbana que conecta hacia el norte con Riverside y San Bernardino. He llegado a pensar que no se puede morir aquí de día y ser socorrido por otro ser humano. Entre las nueve y las cinco solo se oye conversar a los cuervos.

La pugna por un mundo sin otros


Por ahora son 26 los estados que se han sumado a la demanda contra el presidente de la república, Barrack Obama. Se trata, según colijo, de una guerra legalista y no directamente de una de tintes demográficos, pese a que posterga, en principio y tal vez por años, la realización del sueño americano para varios millones de personas. La demanda contra el presidente por su orden ejecutiva conocida como DACA, iniciada por un juez de Texas, pondrá en suspenso la vida de esos muchachos y de los padres de ciudadanos estadounidenses, según se decreto a finales del año pasado que podrían solicitar un permiso de trabajo al iniciar febrero de este año.

Los estados querellantes son 26, casi todos gobernados por personas afiliadas al partido republicano, aunque dos de ellos, Montana y Virginia, sean demócratas y que algunos estados, siendo republicanos, no se hayan sumado a la demanda –así Illinois, Iowa, Maryland, Massachusetts, Nueva Jersey, Nuevo México y Wyoming.

Los que sí se sumaron -Alabama, Arizona, Arkansas, Florida, Georgia, Idaho, Indiana, Kansas, Louisiana, Maine, Michigan, Mississippi, Montana, Nebraska, Nevada, Carolina del Norte, Dakota del Norte, Ohio, Oklahoma, Carolina del Sur, Dakota del Sur, Tennessee, Texas, Utah, Virginia del Oeste y Wisconsin- entran en esta querella que es una contra del presidente Obama, sin más aparente causa que la de ser afro americano.

Como político al mando del poder ejecutivo Obama ha sido el más centrista de los presidentes contemporáneos. Se opuso al seguro medico universal, deportó al mayor numero de trabajadores sin documentos, ha sido laxo para con las empresas que encararon la ley laboral no reduciendo los beneficios sino las horas que labora un trabajador para así rehuir a sus responsabilidades. Las acciones militares de EEUU son más intensas y extendidas que nunca, ha fortalecido a los capitales privados manteniendo una taza baja sostenida de contribuciones tributarios. Con un perfil como ese, sin embargo, no ha logrado Obama ni un solo compromiso de los representantes y estados afiliados al partido republican quienes aún con gestos no dejan de hacer ver que les incomoda su presencia. Pese a que arremeten contra él reclamando la legitimidad obtenida mediante el voto de sus constituyentes que según ellos Obama no respeta, ignoran ellos sin ambages que también fue el voto quien validó la legitimidad del presidente en su segunda contienda por la casa blanca. También sin explicación son constitucionalistas y obedientes de la ley y del voto cuando éstos les favorecen, pero rebeldes y caprichosos cuando éstas los impugnan.

La pregunta que queda en el aire es qué pasaría si en el mapa nacional ocurriese lo mismo que ya ocurre en el de los barrios y las ciudades, la escisión por colores, el separatismo evidente, el racialismo a ultranza donde, incluso entre las minorías fuesen las Alturas y el color del cuello las que marcaran distancia y división para las policías, para las cortes, para las leyes, para la constitución. Porque también se hace necesario mirar al interior de cada uno de esos veintiséis estados votantes y su composición demográfica como podríamos hacerlo individualmente con Texas, Louisiana, Alabama, Florida o Arizona.

El fundamentalismo me excluye


Dios te ama se ha vuelto un lema común que uno encuentra adherido a los coches, las puertas, las bardas y, claro está, las iglesias–que a menudo se alojan en edificios que alquilan el salón o el teatro donde estas sesionan solo los domingos. Pero la acepción del amor de Dios, así lanzada, parece reducirse al sentimiento que el santo poder prodiga únicamente a su feligresía, en el mejor de los casos.

Al mandar traer la grúa para que quitase los coches que impedían a los fieles hallar estacionamiento, el pastor de la iglesia protestante que se estableció en un edificio cercano al mío no se tentó el corazón ni invocó el amor de Dios. Tampoco clamaron amor al prójimo los luteranos que se colocaron frente a la escuela de esa denominación para exigir la expulsión de los niños migrantes de su ciudad, en la que de otro modo se describe como una comunidad religiosa, en Murrieta California.

Al parecer el amor de Dios se gradúa en base a orígenes nacionales y se prodiga diferencialmente a grupos, de acuerdo al pensar de los fundamentalismos, tan variopintos como la población que diezma a su favor.

Yo vivo en el borde de una zona donde el censo consigna que hay 70 por ciento blancos y 15 por ciento de asiáticos. Las otras minorías son 7.8 de hispanos, 3.7 de Afro Americanos, 2.4 de otras razas y 0.01 de indios Americanos. Muchos de los hispanos en mi barrio no se identifican a sí mismos así, argumentando que la hispanidad no es una raza y acogiéndose a una definición socioeconómica y genética que los hace lucir tan blancos como los autodefinidos como tales.

En Mira Mesa, el área residencial vecina, la composición demográfica es muy distinta, con una mayoría de población de origen asiático y donde los hispanos conforman una tercera minoría, después de los clasificados como blancos o caucásicos de 9 mil personas, lo que equivale a un porcentaje aproximado de menos de 30 por ciento.

Otros datos interesantes apuntan hacia un dinamismo impredecible que ejercerá una fuerte presión en la conformación de los mapas culturales en el mediano plazo. Los poco menos de 34 mil habitantes de origen asiático de Mira Mesa tienen un número aproximado de menos de 2000 niños menores de 5 años mientras que los hispanos, que ascienden a poco menos de diez mil, tienen casi mil niños en ese mismo grupo y para los 22 mil habitantes blancos, más del doble de hispanos, la cifra de niños es inferior a los mil doscientos (con una curiosa ventaja relativa para los hispanos). Estos datos muestran que al ingresar a la escuela publica, los niños del barrio revelarán un mapa muy distinto al de la distribución demográfica de las generaciones de adultos.

Para los niños, será evidente que no hay ya mayorías y que el mapa variopinto de la población de EEUU es una realidad irreversible. Y por encima de las razas se yerguen los muros invisibles trazados por las iglesias y al interior de las iglesias de los feligreses que subclasifican en horarios, idiomas y secciones virtud de las cuales hay quienes jamás se juntan y, en algunos casos, ni se tocan ni se ven.

Acudí este pasado diciembre a la misa de gallo y las mañanitas a la virgen de Guadalupe. En aquella congregación solo hubo hispanos. Otros grupos veneran a su santo en idioma y tradición diversa y el catolicismo no se mezcla, salvo muy contadas ocasiones con otras fes cristianas, pese a que Cristo es uno mismo para todas.


Y como en otros casos en los que de facto sí parece contar el color, la raza, el origen, el género, veremos que para Dios ni todas las iglesias son iguales ni mucho menos están todas abiertas para quien decida acerque y, por supuesto, que de ese mapa quedan fuera también los indecisos que como yo… solemos dejar pendiente de respuesta la pregunta de la religión. [Continuará…]

Texto y foto © María Dolores Bolívar

Thursday, January 15, 2015

Jesus Loves You!/Jesús te ama


María Dolores Bolívar

Jesús te ama, leo desde la carretera el dictum, al pie de una cruz monumental que sobresale de entre el caserío bardeado. ¿Barda? Se justificaría, pienso, en Nueva York, en la ciudad de México, en algunos puntos de Los Ángeles… ¿Pero en este villorrio, rodeado de terreno baldío, apenas socorrido por dos aguaceros por año?

Punzada de curiosidad bajo la velocidad y salgo de la carretera, para explorar. Contrario a los caseríos medievales resguardados por puente levadizo, custodias, peligros varios, tal y como narran los juegos digitales de hoy, nada me impide el acceso a aquel poblado pío, fortificado.

Frente al que parece un popular almacén local de utilería mecánica y chácharas varias, se me ocurre un motivo para confundirme entre los amurallados de ese desierto, a la vista de una mujer como de mi edad, que camina hacia su auto con vaso desechable en mano. ¡Me compraré un café!

Contrario a mi percepción de haber llegado a pueblo-nadie, batallo para dar con un lugar disponible en el amplio estacionamiento que flanquea a esta versión posmoderna de taller mecánico, almacén mil-usos y merendero. ¿Será que otros como yo han salido de la carretera… afectados de merodeo o de urgencia por algo más mundano, como ir al baño o beber un refresco?

Apenas noto que el único sedán soy yo, el claxonazo de un camión con llantas que me dan a la altura de la vista me urge a decidir si tomo o no el lugar vacante entre otros dos camiones con radiales de tracción. Picado mi orgullo, me estaciono e interno en esa selva de caucho dispuesta a hacer  del café mi muletilla súbita para entrar en esa escena.

Cruzo el proscenio adentrándome sin libreto en ese acto que inició sin mí. Desde la puerta escucho la primera indicación; “I can help the next person over here”. El tono muy-poco-amoroso de la voz me cala el ánimo y entiendo que debo decidirme pronto por apurar la razón de mi visita a Love Town… un par de sound bytes y una foto…

Reparo en que son casi las doce y que el café, si buena suerte corro y todavía me alcanza, estará muy recalentado, así que me decido por una bebida embotellada de manzana, de a cien por ciento fruta con agua carbonosa. Intuyo que nunca será mi turno para hacer preguntas en ese mundo donde la palabra “next” da la vuelta al asunto.

Ya entre los cigarrillos y los cuartos de aceite me entra otra súbita urgencia, tomar foto. Me tiraré esa escena con tan solo mi teléfono pues ni me hubiera atrevido a sacar la cámara de la guantera concentrada como estaba, antes de entrar, en circular por entre tanta rueda. Me detengo tras el anaquel para planear mi toma pero la mano se me paraliza apenas me descubre el asistente que lanza la segunda orden: “Excuse me, please”.

La adelantada apología precede a otro mandato, esfumarse para que aquellos apresurados de fin preciso cumplan su cometido sin estorbo. Me decido por el tono socarrón y lo exaspero diciéndole que busco mi lista de mandados. Apenas si me mira desde sus seis y pico de pies, agazapado bajo una cachucha que le hace sombra hasta la punta de la nariz. “I thought I saw you shooting a selfie”, apura la tercera orden velada, interviniendo mi espacio brevísimo con una manaza que toma un cuarto de Valvoline Premium igualito que si me atravesara.

Avanzo, amedrentada. En unos cuantos segundos mi meta ha quedado reducida a tan solo el anhelo de retomar la ruta, ya sin foto ni café y con apenas la ampulita de azúcar natural que conseguí afanarme para compensar mi encuentro con ese entorno de Golliats semi divinos, yo de liliputiense fuereña, apenas si creyente desmedida de la libertad que todavía me lleva a concluir que puedo andar sin permiso por esos feudos de Cristo.

Y, muy seguramente por cosas de Dios, se me ocurre un ultimo recurso para tantear un poco más aquel ambiente, así sea sin la foto… ¡Un baño!

No sé si de milagro o por iluminación me sale al paso, esta vez, el papel desvaído que despliega desde una puerta cerrada la cuarta orden del día: “Vaya al mostrador y pídale la llave al encargado en turno.” Tuve que hacer la cola para pedir aquella llave que pende de un madero enorme y pesado y que me llevo de sambenito desde el mostrador hasta la parte trasera del establecimiento. Ya al borde de la rendición, madero licitante en mano. Ahí, frente al WC me alcanza el quinto mandamiento firme de colocarme contra la pared, otra vez por estorbar el paso de los cargadores que acomodan mercancía entre las dificultades generadas por el trajín, que no parece cosa de hora pico sino del movimiento habitual de ese sitio, inusitadamente concurrido.

Cuando vuelvo a la reflexión solitaria del auto, ya va quedando atrás aquel hostil oasis motejado de fe y devoto de Jesús, por antonomasia.

Texto y foto © María Dolores Bolívar