¿Reconoces esta torre? Tal vez no la identifiques a primera vista. Se trata del palomar en donde se refugió Tita, la protagonista de Como agua para chocolate, el día en que descubrió que su sobrinito había muerto. Está situado en el antiguo ejido de San Isidro, Coahuila. (Fotografía de María Dolores Bolívar)

Friday, January 20, 2006

El padrón electoral: Ni estamos todos los que somos, ni somos todos los que estamos



O percibimos como la marca inefable del destino el no poder hacer nada, vía la influencia, la presión, el propugnar por el cambio. El diálogo no existe. Si existiera, la vocera del IFE –oriunda del Distrito Federal- y mi vecina en Mira Mesa –venida de Tlaquepaque, vía Texas- se sentirían en algo comprometidas la una con la otra. Pero no ocurre así. Ni la una ni la otra se llaman, reconocen, entienden, dan por vivas. Ni la una ni la otra se dan la mano, la papeleta, los datos personales, el saludo, la mirada.

El voto de los mexicanos en el extranjero se fraguó desde muchas perspectivas -académica, patriótica, nacionalista, leguleya, proselitista, oportunista, localista, clasista, socialista, librecambista-. La gama es mucha y muy variada, en intención e intensión. Pero lo que los resultados tornan evidente, irremediable, triste, es el tremendo abismo que se abre entre las visiones personales y las colectivas, más aún, entre el México de casa, el familiar, el portátil, el del atijo del migrante y el del México público, el que se expresa en una simbología cada vez más prolija en iconos y virtualidades de arraigo, distantes, aislantes, en vías de agotamiento.

Entre la multiplicidad de sombras y matices que prefiguran ese abismo, ese vasto bordo que divide a dos Méxicos o a varios más, subyace un discurso que se fragua en un plano que escapa a las perspectivas derivadas de una narrativa dominante con la que, es obvio por los números, pocos se identifican todavía.

¿Por qué votar? ¿Por quién votar? ¿Para qué votar? Son preguntas sencillas que se hacen quienes se niegan a participar tanto como quienes instan a participar.

Pero ojo, instar es un verbo que entraña acción, militancia, decisión. No a muchas horas de cerrado el plazo, escuché a una vocera del IFE decir que éste no hizo campaña en pro del voto sino que se concretó a recoger el interés de la población en el extranjero (mi propia exégesis de lo dicho).

La convicción le faltó a esa funcionaria, fue mi inmediata conclusión, seguida por su opuesto simétrico y casi perfecto. La convicción le sobró a esa funcionaria al mostrar su desinterés por la participación que dicha institución –ella nomás se refería a la suya aunque habría podido evocar el letargo con que las dos cámaras abordaron el tema, año tras año de este larguísimo sexenio- no buscó, hélas. Ante tan triste sucesión de desinteréses, el éxito es el visto al concluir el plazo. Menos de 23 mil registros. Tomen su lápiz para sacar cuentas del porcentaje que eso representa para una población migrante cuya porción contabilizada se dispara, cuando menos, por encima de la decena de millones.

Y si lo que se busca sin pasión fracasa y el objetivo nunca fue lo contrario, pues dicha funcionaria al menos, refleja el devenir deseado. En las arenas movedizas del padrón electoral somos todos los que estamos, desde la óptica precisa y puntual que se habría planteado aquella que luego de temer que cuatro millones de mexicanos se registrasen viese, para su infinita ventura o reacción complaciente, registrarse a un número caricaturescamente ínfimo.

Me llamó la atención el comentario de mi hija, desde su existencia bicultural de ciudadana de dos países del mundo. “Ni siquiera el número de zacatecanos…” La cifra, más allá del suspiro quinceañero que acabo de enunciar no ajusta los 23 mil. Una porción de los zacatecanos que no aparecen en ningún censo, diría yo… el piquito de cualquier diáspora individual, contabilizada por cualquier estado. Pero mi hija no llegó a leer la cifra que me escandalizó, más adelante en el día. De Zacatecas se registraron 230 personas. Imagina ese número ínfimo de migrantes. Ningún partido, asociación, club, vaya, mesa vecinal se atrevería a darse por existente con tan baja membrecía. 230, podríamos hacerlos caber en un solo libro de registro, en una urna pequeña, en una memoria tan poco poblada que le sobrarían dos días para retener los nombres de quienes formasen tan flaco conjunto. 

¿Quiénes serán? ¿Los soñadores más tenaces de Las Animas? ¿La mitad de un par de familias montescobedenses? ¿Tres aventados de Mazapil que sueñan con que el voto local rompa con el siglo de pobreza de todo el semidesierto zacatecano? Si viéramos los nombres, estoy segura que los conoceríamos. Sabríamos a ciencia cierta quienes son. Número manejable ese, que por estado, no rendiría para más de 688, divididos a partes iguales. Qué fiasco para Michoacán o Oaxaca que el IFE tenga en su padrón a menos de seiscientos, cuando en tan solo la zona agrícola del sur de Los Ángeles y del este de San Diego se calcula que ascienden a 100 mil los oaxaqueños; cuando de menos 5 mil habitantes de El Rosario, Michoacán, envían remesas a sus paisanos radicados por allá.

Por ahora, terrible conclusión, el caciquismo mexicano no tiene nada que temer. No serán los migrantes quienes le den un vuelco a la democracia mexicana. No habrá que negociar más los términos de la votación. Perdieron su tiempo los diputados y los senadores que por años pusieron traba sobre traba a ese penoso asunto.

La verdad, la dramática verdad, es que la diáspora se concibe a sí misma, o así parece, como un fenómeno individual, de tabla de salvación que hace rendir sus frutos, familia por familia, a esta vida de bordes y de sobresaltos al filo de la muerte.

Desde acá, lo dicen estas cifras desesperanzadoras, nos da lo mismo Juan que Chan en la silla presidencial o en los estados o en las presidencias municipales.

O percibimos como la marca inefable del destino el no poder hacer nada, vía la influencia, la presión, el propugnar por el cambio. El diálogo no existe. Si existiera, la vocera del IFE –oriunda del Distrito Federal- y mi vecina en Mira Mesa –venida de Tlaquepaque, vía Texas- se sentirían en algo comprometidas la una con la otra. Pero no ocurre así. Ni la una ni la otra se llaman, reconocen, entienden, dan por vivas. Ni la una ni la otra se dan la mano, la papeleta, los datos personales, el saludo, la mirada.

¿Será acaso que los de acá, a diferencia de los de allá que con el tiempo y los sexenios parecen cada vez más crédulos, desconfiamos de todo… es decir, de la autoridad consular que nos convoca, de los anuncios hechos para un público capitalino desde agencias capitalinas que idearon el mensaje pensando en un migrante al que jamás han tocado ni con el pétalo de tropicales rosas?

¿Será que desconfiamos de cualquier registro, cualquier documento, cualquier padrón?

¿Será que nunca cuajaron en nuestro ánimo de sociedad civil sin tierra, los procesos democráticos de una nación patriota cuya noción de patria es definida por los delirantes aires de grandeza de Martha Sahagún, de Chente y de su corte milagrera a la que todavía no ha podido achacársele, ni por error de la ley de las probabilidades, ni el más remoto atisbo de milagro?

¿Será que con el territorio adoptivo nos vino también una adoptiva visión de urgencia, de sentido común, de indentidad común… que nada tiene que ver con lo de allá, salvo por las raíces que se traducen en los pocos miembros de la familia que todavía no han podido llegar “el otro lado”?

Hace pocos días, Raúl Cervantes, procedente de Luis Moya Zacatecas, enumeraba con nostalgia para mí a los miembros de su familia, los de allá y los de acá. “¡Válganos! -resumió cuando la memoria se le pobló, más rápido, de los de acá- “si allá no queda ya casi nadie…”

Pues si, amigos. Votar o no votar dejó de ser la disyuntiva del milenio. Votar en México, digo, para México, por México. Entre tanto, los bordes de otras tierras se endurecen contra los mexicanos, igualito que en otras fronteras donde tamiles y argelinos, pakistanos y somalíes tejen su red para intentar pisar buen puerto.

Muchas sorpresas nos depara ya tanto desinterés. Por ahora basten las cifras para lanzar este primer balance (suspiro).