¿Reconoces esta torre? Tal vez no la identifiques a primera vista. Se trata del palomar en donde se refugió Tita, la protagonista de Como agua para chocolate, el día en que descubrió que su sobrinito había muerto. Está situado en el antiguo ejido de San Isidro, Coahuila. (Fotografía de María Dolores Bolívar)

Monday, August 08, 2005

El viaje mítico, más allá de toda jaula

por María Dolores Bolívar


A Laura Rodríguez y Uriel Martínez, sin cuya compañía y constante entusiasmo y amistad la vida en Zacatecas hubiera sido un deshilvanado andar sin dirección ni cometido alguno…


Y por su amor a los libros y a las letras, que comparto sin límites, sin el más mínimo atisbo de duda…


Y a Severino y su carreta mítica y liberadora, descarrilada hoy que nos deja, sin avisar…



Cuento de Navidad

Conocí a Severino Salazar en uno de sus cuentos de Navidad. Lees bien. Nuestro primer encuentro no fue en persona, sino que lo hallé, di con él, caminando por el rumbo del mesón de la Mina, una noche de esas en las que el frío y las calles zacatecanas se confabulan, agazapadas en los textos, para motivar nuestra profunda reflexión.

Imaginarás que lo leí, palabra a palabra, su evocación de Rusti –fallecido muy poco tiempo después- fue mucho más que una invitación a recorrer aquella solitaria navidad –de tres que me tocó pasar, sin más familia que mis hijos y amigos, en la querida Zacatecas-.

Su texto me llevó de la mano por las calles de mi rutina de entonces. Severino, como nadie, disfrutaba Zacatecas sin ensoñación ni idealizaciones. De cada portón a cada memoria almacenada para el tiempo. Lo guardé, luego, en mis recuerdos. Imaginé que algún día lo encontraría y le invitaría un café para contarle cuánto había disfrutado su texto Danza Delirante.

No tuve que esperar mucho. Un septiembre, de tarde, camino a mi casa de la Rayón, paré en la librería Universitaria. Laura Rodríguez me comentó de la próxima venida de Severino. Me pidió que comentara su novela Pájaro vuelve a tu jaula, recién publicada por Plaza y Janés, y yo accedí de mil amores. Compartiría el honor con Mirtila García, Rosa María Campos y Uriel Martínez.

Una vez más, Severino aparecía, con sus imágenes familiares, esta vez presentándome la novela de unos niños que viajaban en carreta, cuál mítica odisea, de Tepetongo a Juanchorrey. La lectura de este texto fue, sí, una odisea real hacia las raíces mismas del terruño. Sin anclar de lleno en lo histórico y sin abrevar desaforadamente de lo mítico, cada detalle, cada giro en aquella travesía maravillosa de un grupo de adolescentes, aunque fatal, era más el viaje que un viaje.

La prosa bien cuidada de Severino era como una fiesta de palabras sin jamás caer en excesos. Pájaro vuelve a tu jaula dejaba una semillita de alegría (semillas de memoria) en sus lectores… que luego, al final, se nos quedaba en un vuelco de muerte… extraña premonición que no queremos hoy mirar sino con la certeza metafísica de que aquí, en este plano terreno, no acaba ni se resuelve nada…

La invitación a la que aludo fue un 7 de septiembre y para el 28, un viernes, conversábamos, luego del solemne evento en el teatro Fernando Calderón, en el bar El Paraíso. Es difícil extirparle a la memoria los momentos graves, intensos. Aquella noche, nos juntamos al salir del teatro Aída Martínez, Laura Rodríguez, Vicente Rodríguez, Uriel Martínez y Enrique Salinas.

Tertulia en El paraíso

Al armar la tertulia no sabíamos con qué celeridad nos enfrascaríamos en la típica charla que recorre, en pocos trazos y muchos tragos, las frustraciones, las grandes fallas administrativas, los indecibles fiascos compartidos, en todo, por todos, contra el tiempo. Al final Uriel sugirió que iniciara yo una columna humorística fuerte contra lo que criticábamos y sugerimos, entre varios, que debía llamarse La Ruda, la planta milagrosa que nos evocó aquellas semillas de alegría que atesoraban los muchachos de Severino, esta vez, los de la novela que acabábamos de comentar.

La velada terminó con Aída cantando rolas zacatecanas antiguas, con su maravillosa voz de soprano, sí, sí, ahí mismo –¿uno diría literal El Paraíso?- entre las que se me queda yo tengo un ejido sembrado y florido y una casita blanca… Y están mis amores cubiertos de flores en una linda barranca… Si vieras a los maizales, como se mecen contentos, moviendo sus cabezales, al son de todos los vientos…

Luego de beber y brindar hasta la media noche, nos preparamos para irnos, al día siguiente, a Jerez. La visita esperada, de a tequila de por medio (al final el café brilló –o aromatizó- in absentia), se había hecho realidad.

Y bueno, momentos así se quedan para siempre. Hablamos de los edificios, del magistral trabajo de cantera, de la presencia de manos cantereras sin par en la historia y el tiempo. Caminamos de cabo a rabo la ciudad para acabar en una marisquería, sacada de otras geografías –las frescas aguas de la costa sinaloense-, donde comimos los mariscos más frescos y sabrosos de todo Zacatecas -¡En Jerez!-.

Esta carreta de Jerez a Zacatecas

La nota alegre la dieron las alumnas de la escuela de Humanidades. Habían solicitado un envío de libros que no llegó a la hora requerida. Se sintieron tan desoladas las jóvenes universitarias que acordaron hacer una lista con los nombres de las que habían pagado su ejemplar y, junto al nombre, la descripción somera que le sirviera a Severino para dedicarles el libro con algo más que sólo su firma.

Antes de dejar el recinto de la presentación en Jerez, las chicas desfilaron para que Severino las conociera y retuviera, en la medida de lo posible, el rostro y el nombre, juntos.

Ya a punto de irse a México Severino cumplió con las solicitadas dedicatorias y lo hizo en una insólita y divertida sesión de firmas en las que corroboró que cuando la gente ve firmando libros a un autor, quien sea, se acerca para comprarle el libro. Eso porque todos tenemos cierta fascinación por los autógrafos, dedicados a nuestra persona. Así que Severino, siguiendo el guión de las alumnas, escribió las dedicatorias, personalizadas. Fue una interesante manera de pasar la tarde.

Ahora Severino ha emprendido la travesía en carreta hacia otro plano de vida y de creatividad. Su recuerdo nos llega con la tristeza de no haber tenido ni idea de la enfermedad que lo llevó a la muerte el domingo 7 de agosto; de que serían aquellos días, pasados en la algarabía de un par de tardes y veladas, tan salidas de la rutina, nuestro último encuentro terrenal.

De alguna forma extraña esa carreta en la que nos trepamos –que eso fue aquel autobús que nos llevó de regreso de Jerez a Zacatecas- para dar el último recorrido que daríamos juntos, sin saberlo, se descarrila hoy para enfilar, sin rumbo, hacia la amistad que trasciende los tiempos y los momentos finitos. No lo olvidamos, Severino. Repasaremos en tus páginas, en tu tremenda producción creativa, todo aquello que nos dejaste, para el tiempo de acá, para los días sin juicio que siguen al reloj, indefectiblemente.

A los amigos que nos quedamos, dentro y fuera de México, el más sentido abrazo, con la certeza de que nos encontraremos en el recuerdo feliz de haberlo conocido y contado como un amigo más, como un amigo único.

¡Un brindis emotivo por Severino, el escritor, el zacatecano, el tepetonguense/tepetongueño, el amigo!