¿Reconoces esta torre? Tal vez no la identifiques a primera vista. Se trata del palomar en donde se refugió Tita, la protagonista de Como agua para chocolate, el día en que descubrió que su sobrinito había muerto. Está situado en el antiguo ejido de San Isidro, Coahuila. (Fotografía de María Dolores Bolívar)

Sunday, July 09, 2006

Demagogia ejemplar. Ningunas cifras ejemplares

Por María Dolores Bolívar

Cuento votos y personas para no acudir a eufemismos. México tiene una población de más de 100 millones, con un padrón electoral –si el triunfalismo al que se acude al nombrarlo es verdadero- de unos 71 mil millones. ¿Por qué votaron menos de 39 millones? ¿Qué clase de fiesta cívica fue esa?

Del tercio que votó, además, la mitad corresponde a quienes dieron su voto al contrincante opositor de su propio partido, por desencanto e inconformidad con las campañas “ríspidas” –palabra favorita de la contienda electoral-. En el Distrito Federal, bastión del perredismo, votaron por Marcelo Ebrard únicamente 2 millones 700 mil personas, en un universo potencial de por lo menos 8 millones de votantes. En la cuenta final el cuartito corresponde a personas que votaron para refrendar su fe en la democracia, eligiendo al menos pior…

Estrictamente hablando ninguno de los candidatos ganó. Los dos punteros reúnen, en su alforja, a un tercio de la mitad de la mitad. Veámoslo en cifras contundentes: Si a los 13 624 506 votantes que se expresaron por López en las urnas, le restamos a los votantes capitalinos, nos quedan poco menos de 11 millones de votantes de amarillo distribuidos por el mapa distrital de la república.

Si tan ralo contingente –utilizando el universo poblacional real- se distribuyese en marchas por todo el país –por convocatoria de López-, daría a razón de menos de seis simpatizantes por kilómetro cuadrado. Fuera del Distrito Federal difícilmente reunirá López, en una sola marejada –se consigna que hubo 280 mil en el zócalo el sábado 8 de julio- a más de tres mil personas. No habría tenido que hacer yo este conteo. La memoria de campaña debió servirles de referencia.

¿Habrá sexenio de protestas multitudinarias?

En Zacatecas, donde el gobierno perredista prometió 350 mil votos, escasos cinco mil petistas salieron a desaburrirse a la plaza de toros, al cierre de campaña de AMLO. Ahí, a tandas semejantes PRI, PAN y PRD se repartieron al electorado. La población votante, otra vez, la mitad de la mitad –pues una mitad anda por acá, desbalagada- votó contra el oponente arrojando 115, 158 y 172 mil votos el PRD a la cabeza, gracias al acarreo. En décimas porcentuales las estadísticas nos mantenían en ascuas en el estado del que López mandó traer a su coordinador de redes ciudadanas, Ricardo Monreal Ávila. Al pescador de votantes le fallaron las cuentas a nivel nacional, de modo semejante a como le fallaron a nivel local.

Otros estados perredistas no muestran mejores resultados: En Baja California Sur la diferencia en votos es de 70 contra 57 mil. En Nayarit la diferencia mínima se cierra entre el PRI y el PRD. En Michoacán, la diferencia asciende a tan solo a unos cincuenta mil votos entre amarillo y azul.

Fuera del país las cifras tampoco son avasalladoras. No lo fueron a la hora de empadronarse y no lo son ahora pues resulta que sólo uno de dos empadronados votó. Tampoco entre la paisanada el señor de Macuspana, en cuyas heridas y estigmas pocos del éxodo se reconocieron, levantó consenso. Los migrantes hallaron que su malo conocido era el PAN.

La cruda electoral…

Entre el vaivén de las cifras y la amenaza de la fiebre amarilla –que ya subía y ya bajaba- La noche del cinco de julio, en el conteo acta por acta… no era difícil notar a quien favorecía o a quien preocupaba el triunfo del PRD. Cuando las décimas se apilaban en la balanza de López O, de inmediato los ánimos de los comentaristas televisivos se adelgazaban, comenzaba la palabrería, el ritmo de la plática se aceleraba para evitar los close ups de rostros largos. 

Los ánimos trascendieron las pantallas. En las listas de correos las personas discutían, argumentaban. Pasamos la noche juntos, virtud de la tecnología. El pulso era semejante, con una salvedad. Los panistas se consideraban triunfadores sin reparo alguno. Parecían demasiado seguros. Si fuera oriunda de Macuspana diría que tanta certidumbre resultaba, de menos, sospechosa.

Al fragor de la madrugada Calderón se adjudicó la ventaja sustentando su dato en que Durango, Chihuahua y Baja California son panistas. Durante toda la contienda había resaltado el ánimo de posesión. Para el PAN los estados del norte, trazando la línea desde Jalisco. El Sur al PRD y su bastión tomado, la ciudad de México. Era como la línea alejandrina pensada para dividirse al mundo cual si fuese pastel.

Los desfavorecidos arremetían ‘con todo’ contra la institución electoral, las televisoras y las radios, los comentaristas adversos, la población que no votó -¡so bruta!- por el bien de todos. Si hasta las estadísticas se pusieron de acuerdo en ese compló socarrón y fraudulento del lóbulo derecho del país –¿era lóbulo norte?-.

Ciudadanía civilizada a la mala

AMLO, de nuevo, no cree en las cifras –el compló del algoritmo-, y Calderón proclama que los idus están a su favor. Según AMLO, los votos que le faltan, le fueron esquilmados vía fraude. Se habla de ocultamiento -el guardadito-… Al compló de las estadísticas se suma el de los sufragios. Y así, con el compló en la boca, los seguidores de Macuspana, con su señor en andas, se irán a tribunales.

Acá hay demasiado en juego y no será el final feliz de una contienda familiar de Turista de donde el niño malcriado que no aprendió a perder salga aventando el tablero, los títulos, los dados… Por ese enfado de niño sin control debiéramos desde ya pensar en que el sexenio de Calderón se acortará a cuatro o a tres, si le restamos los tiempos de impugnaciones y las campañas que revivirán con fuerza de contienda lucrativa y feroz hacia, digamos, el 2009…




La verdad es que la lección de estos comicios trasciende a ambos, ganador y perdedor. Lo cerrado de las cifras debiera dar vergüenza a todos, también a los electores. Eliminados los casos pico, la hija y el yerno de Elena Poniatowska a quienes una hilera de monjas les tomaron la delantera influyente, el tío de Víctor o la vecinita de Susi… el grueso de la población utilizó a la democracia para mostrar no su elección, sino, precisamente, su repulsa por el otro. La mayoría de los votantes consignaban que los candidatos les parecían igual de grises. La participación fue igual a lo que es hoy el resultado, una puja ruidosa por evitar que ganara el contrincante. “Vaya a votar, me dijeron unos conocidos de mi familia… no sea que gane quien no debe ganar”. La frase, con sus debidas variaciones se repetía por todas partes.

“Los tres son iguales…” –señaló Juan Bañuelos en sendo desplegado de intelectuales de todas las artes y aficiones- “…no hay una propuesta de nación, de cambios fundamentales, y dicen todos ’que van a dar empleos’, no dicen cómo”. Y habiendo nombrado a López Obrador como quien obtendría su voto agregó, “de entre los otros dos lo prefiero, ya no habiendo de dónde escoger”.

La mitad de los cuarentaytantos millones de empadronados que no votamos

La lección va más allá de apariencias y pasiones volátiles. En los proyectos de nación que imaginamos, dos mitades o cuatro gajos –si a la vez dejamos de admitir que el México de afuera es monolítico, cual se concibe groseramente al de adentro- está la diferencia contrapuesta de lo que Bañuelos consignó: Por una parte lo social, la educación, las abismales desigualdades; por la otra, el México del privilegio que a menudo se confunde con el México moderno, el que toma de modelo a Estados Unidos y se alegra y hasta canturrea cuando se inaugura un Mall o un nuevo centro recreativo exclusivo. “Son los mismos que trajeron a Maximiliano”. En el fondo coincido con Juan, casi en todo.

¿No queda nada sino resignarnos a aceptar por suerte un futuro mediocre de políticos mediocres, cualquiera que sea su tendencia o color? Lo hicimos desde el comienzo, cuando partidos de nula representación entre las mayorías, eleg(impon)ían candidatos. Lo hacemos, elección tras elección. Pronto celebraremos los veinte años del PRD y diremos que tiene tradición y abolengo… y el PRI cumplirá sus ochenta –convaleciente- y habrá palenque y borrachera y aplaudiremos convencidos de que estamos genéticamente negados a transformar nuestro sistema político.

Y seguirán naciendo los hijos de los hijos de los hijos de una elite que se eterniza en el poder, a nuestros ojos, con socarronería e impunidad. Y continuará la rapiña de hace ya siglos, efectivamente, como en los tiempos de Santa Anna, Mejía y Miramón.

¿Las cifras, con frialdad? ¿Cuál sur votó por López; el de los caciques locales y sus reverendas familias; el que espera turno hacinado en las franjas miseria de Tijuana, para brincarse la barda; el que lamenta y padece, en las urbes de México, la xenofóbica práctica que todavía llama con desdén oaxaquitas a los trabajadores de ese estado, subempleados aún en la ciudad que vela por el bien de todos; el de los coletos que se creen dueños de todo, hasta de las banquetas; el de los de los clubes de migrantes, en éxodo, organizados a punta de tristezas y nostalgias y porque hay que sostener al país, vía las remesas?

Continuará...