¿Reconoces esta torre? Tal vez no la identifiques a primera vista. Se trata del palomar en donde se refugió Tita, la protagonista de Como agua para chocolate, el día en que descubrió que su sobrinito había muerto. Está situado en el antiguo ejido de San Isidro, Coahuila. (Fotografía de María Dolores Bolívar)

Wednesday, June 15, 2005

Color Coded. La lacra del racismo ancestral

por María Dolores Bolívar


En inglés se dice que tiene el pie en la boca quien profiere imprudencias y Vicente Fox lleva en la suya la bota vaquera número quince que calza con denodado desparpajo. Pero enfoquémonos en el tema del racismo expresado en aquella frase desafortunada de que ni a los negros les gusta el trabajo que hacen los mexicanos en EEUU. Asevera Fox que fue malinterpretado y se niega a asumir culpas. Su discurso boquiflojo e antidiplomático no le hace olas en la conciencia.

No cabe, pues, imaginar que colija, el señor presidente, que no sólo injuria a ciudadanos de otro país, con las que juzga benignas ligerezas. Cancela este hombrón que se auto promovió de gerente a presidente toda posibilidad de diálogo entre los mexicanos también tocados por su racismo y clasismo expresos.

En México, códigos de color rigen en todo momento. Inútil asumir que la constitución dicte igualdad. Contra la jurisprudencia moderna, las prácticas añejas, enraizadas en una conciencia de clase y “color”.

Unos coludos y otros rabones

Un prietito en el arroz se evoca cuando se quiere hacer notar un error o un contratiempo a superar. Denigrar, se infama a quien se considera por debajo de los niveles aceptados. Pero el color racial no se limita al negro; los grupos étnicos que sobreviven al genocidio de la conquista son vistos con desdén. Raza piel roja, se apunta en jerga común a danés o apaches. Amarillos o chales, se codifica a los asiáticos.

Benito Juárez nació zapoteca y propugnó, vía el liberalismo, la creación de un régimen igualitario e incluyente. Pero después de él no ha habido otro presidente indígena. Los blancos se encargan de impedirlo. Cuando Zapata tomó las armas al grito de -tierra y libertad- signó su condena a muerte.

En México los políticos pactan, desde el poder. Cuando les da por volver difusa la línea entre la clase dominante y lo que ésta considera el peladaje, se van o mueren.

Los funestos e indiscretos encantos de la burguesía mexicana

Indio pata rajada, pareces indio, te salió el indio, indio ladino, figuran entre la plétora de insultos raciales que profiere, de la mañana a la noche, el mexicano “de clase” o “casta”. El habla verifica y mimetiza las prácticas separatistas más cotidianas.

En colegios y universidades privadas uno se juraría en país europeo. Ahí, el blancor acusa la subrepticia selección que filtra a los morenos salvo por la cuota de becas que impone la secretaría de educación a esas instituciones exclusivas. ¿Y por qué la cuota? No es conciencia o amor a la raza. Los colegios de paga, más costosos que Harvard, Yale o Princeton, operan por fuera de la constitución que impuso educación laica, obligatoria y gratuita para todos los mexicanos.

En su mayoría pertenecientes a órdenes o grupos religiosos, los planteles privados tienen por meta separar a elite y peladaje, manteniendo los privilegios de clase a flote. Su estrategia mercadotécnica es clara; se llaman Godwin, Oxford, Everest, Lancaster, Greengates, Greenhills, etceterilla.

Una mexicana que fruta vendía

En el imaginario infantil se fosiliza la plaga del racismo. El famoso juego de la lotería simboliza nuestros estereotipos. Junto a dama y catrín, de tez blanca, negrito y apache. La corrección política –political correctness- jamás ha tocado los medios educativos o culturales mexicanos. Los infamados no son únicamente afro americanos o indígenas. El discurso arremete contra mujeres, niños, judíos, árabes, gallegos, polacos, gitanos u oficiantes de labores del campo y el mercado.

Una mirada al catálogo de expresiones permitidas basta para ponerle al más templado –de afuera, claro- los pelos de punta. A las mujeres se las moteja viejas, gordas, rucas, fodongas, marimachas, marisabidillas. A los judíos, arbanos o judas. A los árabes, turcos (ofendiendo, en la burda confusión, a unos y a otros). Insultos comunes contra las señoritas de clase son tortillera, chimolera, placera, barrendera, piruja. La colección incluye coloquialismos varios: pastusa, palurda, patuda, cholita, chona. Cualquier condición es objeto de mofa, pie grande o descalzo, apariencia o aliño.

Los mexicanos evaden el contacto con el mundo infamado; sus construcciones inician con la barda. Los indígenas, por lo general, habitan en ciudades anexas o pueblos marginados.

Muchísimos migrantes van del campo a la ciudad, donde se emplean “de planta” en las casas de los ricos. Cuartos de servicio o cuartos de criados se llama con desdén a la zona de la casa destinada a los trabajadores domésticos. Comen aparte, se bañan aparte, viven en condiciones inferiores. A menudo sus cuartos maltrechos son de azotea o traspatio o se les improvisa en sótanos, húmedos, fríos, inhóspitos, desoladores.

Tales contrastes son experiencia educativa para los hijos de los dueños de casa. En ellos el afán clasista echa raíz profunda. ¡Se sienten y se saben superiores!

Blancos los maniquíes, blancos los actores, blancas las reinas de belleza, blancos los ejecutivos, blancos los políticos, ninguno que no lo sea puede aspirar al sitio privilegiado de los de tez clara.

Juntos pero no revueltos

El apartheid físico y psicológico, tan indignante, da cuenta de una parte del éxodo a Estados Unidos. El sórdido contexto que expulsa a varios los lleva a percibir el racismo de acá más sutil y llevadero, algunos caen en la aberración de considerarlo “civilizado”.
Español peninsular –se elevaba a mayor rango al europeo- para así aspirar a cualquier cargo o dignidad imperial mediante previa prueba de limpieza de sangre. En España se repudiaba así, al judío converso – llamándolo marrano- al hereje, al moro, al gitano.
A las relaciones sexuales interétnicas se las tachó de cosa del demonio. Las castas apuntaban a los orígenes culposos del mestizaje. Todo en el imperio dependía de sangre y raza. Se categorizó y estratificó a mulatos, zambos, cuarterones, chinos, castizos, coyotes, saltapatrás.


Güerita oxigenada de mis pasiones

La obsesión del color continúa verificándose en cada nacimiento. Los familiares del nuevo crío inquieren si es blanquito, desde su nacimiento. Cuando las madres tienen hijas rubias, las promueven como tal. “Es güerita”, se distingue a manera de sinónimo de bonita, a la que no es morena.
La industria de la manzanilla, del tinte y de los blanqueadores químicos produce fortunas. Las pocas actrices mestizas que hay adoptan look de blancas para triunfar. Así Paulina Rubio, Thalía y Camila Sodi, Yuri. El teñidismo sobrepasa las fronteras del continente. El ser güera de a mentis toca a Shakira, a Jennifer López y hasta a la transgresora Jenny Rivera.
Entre los mexicanos se establece “clase” aludiendo a la ascendencia francesa o alemana; viajando a Europa; renegando de cualquier nexo posible con el mundo multirracial.
No hay mexicano que no se ofenda cuando le llamas racista, no obstante le hagas ver la realidad y tradición aquí descritas. Fox no puede ver, literalmente, por qué le exigen disculpa Jesse Jackson o Al Sharpton. Muchos habrá que al cabo de esta línea renieguen de mí, me tilden de malinchista, traidora, méndiga. Y el statu quo seguirá intocado aunque algunos se nos suba el color, de rabia o de vergüenza.

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