¿Reconoces esta torre? Tal vez no la identifiques a primera vista. Se trata del palomar en donde se refugió Tita, la protagonista de Como agua para chocolate, el día en que descubrió que su sobrinito había muerto. Está situado en el antiguo ejido de San Isidro, Coahuila. (Fotografía de María Dolores Bolívar)

Thursday, March 05, 2015

Ser mujer



Dedicado a mis amigas de la infancia con quienes converso en Facebook, de mañanita. 

Y a mi hija que jamás ha caído en el engaño de las apariencias y que lucha por los derechos y la descolonización del mundo, como si los llevara tatuados en la piel.




¿Qué es ser mujer en el siglo veintiuno? La publicidad, los espectaculares, las canciones musicalizadas en costosas producciones visuales, todo indica que serlo es objetivarse, modificarse, presentarse como si una fuera una marca de registro o un producto listo para ser elegido en un anaquel.

Esto no es nuevo, mi tiempo y el de mis abuelas eran peores, solo que entonces los modelos se reducían a la casa o al pueblo, al entorno manejable de la escuela o del trabajo. Hoy los modelos vienen de lejos y entran en nuestras casas con gran facilidad. Ya no siempre se puede identificar a un prototipo sobresaliente que sigan todas. En otras épocas operaron de mujer-a-seguir, intermitentemente (crecí en un medio multicultural) las cantantes y las actrices de la televisión y el cine o las figuras destacadas de la política o de las artes (que no abundaban entonces, como no abundan ahora). Íbamos entre María Félix, Silvia Pinal o Irán Eory a Indira Gandhi, Frida Khalo o Simone de Beauvoir. No todas se afirmaban tiñéndose el pelo por la edad, muchísimas, también se lo tiñen para parecer rubias. Con el tiempo y el desarrollo de la industria química también se han diversificado los productos que vuelven a la mujer más blanca, más tersa, más joven y hasta virgen. No hay imposibles para la tecnología de la medicina plástica y de su prima, todavía más ambiciosa, la cosmetología reconstructiva.

En la era del rock hubo pocas cantantes femeninas. En ese género, la imagen otra no cuajó y hasta hundió a algunas, como Janis Joplin. Yo recuerdo la voz de Mary Hopkin, era tan aguda y distinta, y jamás, eso sí, pese a que sí me considero de sus tiempos, habría gustado de Madonna.

Crecí también con la canción de protesta (precursora de la trova) y entre los parangones dignos de mi cuaderno puedes contar a Violeta Parra y Mercedes Sosa. No me sentía completamente imitativa, pero tuve mi choca en que usaba la ropa del mercado, con las blusas bordadas de Aguascalientes y las faldas de algodón acompañadas de rebozo o chalina de Cuetzalan del Progreso y blusas de ribete ancho para caer naturalmente revelando un hombro. Siempre he salido de pelo lavado, a donde sea y no uso maquillaje, salvo que me aliste para una foto o que vaya a algún sitio en donde intuya que se me criticará en exceso si voy de cara lavada.

Hoy, las chicas buscan la ropa entallada y, sobre todo, la acentuación del cuerpo que redunda en una imagen repetida, por demás artificial y voluptuosa. Pero si para las abuelas el cuerpo resultaba de la actividad, el ejercicio e incluso la físico-escultura vía la gimnasia reductiva o el baile, hoy las chicas en su mayoría adoptan la vía corta de la cirugía, los implantes y las inyecciones. La carrera tenebrosa de las apariencias a nadie engaña ya. Todas a cierta edad parecen pensar que lo normal es “hacerse algo”. ¿A tu edad, no te has hecho nada? Esa fue la pregunta de una amiga a la que no veía desde hace años. Ignoro si me alababa o si me sobajaba al verme tan juana-del-diario, sin afeites comprados, sin restiradas y según llamó, muy folclóricamente, “dueña de la zozobra de quien todavía no sabe que hay que ponerse las nachas en la cara”.

Irreconocibles, muchas mujeres de hoy se abultan los labios, se afirman la piel con grasa o silicona, se hacen tasajear la piel que sobra y se adelgazan las piernas retirando la capa de epidermis que ha perdido firmeza con invasivas cremas exfoliantes. Una vez que lo logran, el resto, piensan, lo consigue la faldita pegada al cuerpo, el escote hasta el ombligo y las extensiones de pelo para creer que el tiempo no ha pasado.

Todavía es un atrevimiento salir “sin arreglar” y que el arreglo se considere lo básico, peinadas, vestidas y sonrientes. La mayoría de mujeres no se atreven a mostrarse tal cual. En la carrera por agradar, que mi abuelita diría que jamás concluye porque “no se puede agradar a todos, todo el tiempo”, las mujeres parecen capaces de todo.

Y como si se tratara de expertas en mercadeo, deberíamos preguntarles cuál es su plan de negocios, cómo conciben el trasiego de la obra lograda o cuánto piensan invertir para sacarse provecho. Las respuestas no llegarán jamás. Las mujeres más ricas, según muestra la serie Las reales amas de casa de Beverly Hills –The Real Housewives of Beverly Hills-, tan de moda, no son ni reales, ni amas de casa, y menos aún, felices. En el ápice de la vida, con todo el dinero del mundo para colmar sus gustos y saciar sus pasiones más ocultas, no saben en qué gastar, padecen de adicciones destructivas, se destruyen unas a otras, son envidiosas y soberbias, llevan vidas vacuas y sobre todo, viven para la cámara y, por ende, para las apariencias. Tan sólo en la realización de la serie de más alto rating en la historia del Reality Show, ha habido divorcios, enfermedad, intervención por alcoholismo, fracasos, suicidios. El espectáculo de la realidad no deja ver sólo lo bueno o no consigue que todo sea bueno. El plano terrestre, donde la gente envejece, engorda o pierde el pelo, no le cuadra al mundo de Hollywood, que por años ha monopolizado la imagen con su visión que dicta que las mujeres sean blancas y delgadas, al punto de la bulimia y de la anorexia y, por supuesto, que jamás pasen de los treinta.

El verdadero espectáculo de Hollywood, durante la más reciente ceremonia de los óscares era Meryl Streep, entre las pocas mujeres que no tienen veinte años. Durante décadas las mujeres de su edad se han eclipsado o desaparecido en el más allá de la vejez prematura y de las arrugas de la cuarentona, en casonas sombrías, recluidas para que la gente las eternizara de divas, como habían sido para las pantallas.

En este contexto de apariencias ¿celebrar el día de la mujer?

¿De cuál mujer, pregunto yo? ¿De Hillary Rodham Clinton, a quien las propias mujeres descartan por vieja o por no ser su esposo? ¿De Michelle Obama, esa abogada y exitosa administradora, a la que el país convirtió en una mujer que sólo ha dado que hablar por la ropa que se pone o por sus maravillosos brazos? ¿De Cristina Fernandez de Kirchner, que sin el “de” junto al Kirchner no habría soñado estar en dónde está, sentada a la derecha de Dios y a la izquierda del fantasma de su marido? ¿De Michelle Bachelet de quien una chilena me dijo que era gris, no refiriéndose a sus políticas o a sus planes de gobierno, sino a su ropa y su estilo de peinado? ¿De Ángela Merkel, tristemente puesta a competir no con predecesoras de valía o renombre como Margaret Tatcher, Indira Ghandi o Golda Meier, sino con otras figuras europeas que de verdad hacen girar los ojos y armar el espectáculo (yo diría el bochinche mediero) Kate Middleton (familiar de Catherine Middleton) o Letizia Ortiz?

Hoy poco ha cambiado desde el siglo pasado en que las mujeres iban asociadas a la moda, a la fatuidad, al glamour. Como entonces en que a Jackie Kennedy se la tenía de modelo, hoy se busca a la reina joven, a la cantante joven, a la actriz joven. El éxito no se mide por aspiraciones sino por espejismos. Lucero se siente feliz porque todavía le dan el protagónico de las telenovelas, pese a las patas de gallo y las lonjas que disimula con fajas y tomas a las que cataloga de “muy cuidadas”.

No, no espero que el mundo sea el que imaginó Botero, pero sí el de Rubens. No me gustaría que sólo gobernaran las de ochenta, pero sí que las mujeres no dejaran de verse a sí mismas más allá de los treinta y que el papel de la bella de cincuenta no se logre en base al cuerpo artificial de la que quiere parecer de treinta o que el resto de las mujeres se eclipse, a partir de los cuarenta.


Así que yo diría, celebra a la que eres, sin ningún truco, sin engañarte. Mira alrededor de ti y cuenta lo que la vida te ha dado que también con eso hay que ser justos, pues no debes subrayar solo los milagros o los éxitos, también debes contar las arrugas, las imperfecciones con las que aprendiste a vivir al punto de que ya ni las notas, las canas que probablemente ocultes, como yo, tras un tinte, la lonja y la celulitis que te dejaron la maternidad y los años… En esta ocasión celebra a la que eres entendiendo que también las mujeres tenemos nuestro encanto en la vejez si sabemos ponernos la mirada de quien no se resiste a ver la realidad.

¿La vida es una película? Que la tuya tenga el libreto más real, el más verosímil y fidedigno a cuanto te condujo al punto en el que estás, el mejor, el único, el que debes disfrutar, como si fuese el último.

Para ser mujer no hay que reír como boba, o caminar en zancos, o parecer más tonta, o saber cocinar… ninguno de esos requisitos impuestos por las personas más vacuas cuenta en el trazo. ¿Te reconoces? ¿Te amas? ¿Te plantas sobre el suelo cada día para enfrentar lo que venga?

¿La Félix? Claro, pero por su naturaleza bragada y su aplomo. ¿La Merkel? Por supuesto, pero por que lleva los pelos en la mano y no se arredra, pese a que sigue gobernando en un mundo de machos. ¿Hillary Rodham? Pero la que dejó de calle a su marido, hace dos décadas, manteniéndose activa en la política, mientras que él vive el retiro de los ex presidentes. Que el cambio empiece en ti. Y envíame tu foto, tal cual eres, de cara lavada y pelo mojado, si quieres.


8 de marzo, día de la mujer.

Texto y foto © María Dolores Bolívar

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