Dedicado a mis amigas de la infancia con
quienes converso en Facebook, de mañanita.
Y a mi hija que jamás ha caído en el engaño de las apariencias y que lucha por los derechos y la descolonización del mundo, como si los llevara tatuados en la piel.
¿Qué es
ser mujer en el siglo veintiuno? La publicidad, los espectaculares, las
canciones musicalizadas en costosas producciones visuales, todo indica que
serlo es objetivarse, modificarse, presentarse como si una fuera una marca de
registro o un producto listo para ser elegido en un anaquel.
Esto no
es nuevo, mi tiempo y el de mis abuelas eran peores, solo que entonces los
modelos se reducían a la casa o al pueblo, al entorno manejable de la escuela o
del trabajo. Hoy los modelos vienen de lejos y entran en nuestras casas con
gran facilidad. Ya no siempre se puede identificar a un prototipo sobresaliente
que sigan todas. En otras épocas operaron de mujer-a-seguir, intermitentemente
(crecí en un medio multicultural) las cantantes y las actrices de la televisión
y el cine o las figuras destacadas de la política o de las artes (que no
abundaban entonces, como no abundan ahora). Íbamos entre María Félix, Silvia
Pinal o Irán Eory a Indira Gandhi, Frida Khalo o Simone de Beauvoir. No todas
se afirmaban tiñéndose el pelo por la edad, muchísimas, también se lo tiñen
para parecer rubias. Con el tiempo y el desarrollo de la industria química
también se han diversificado los productos que vuelven a la mujer más blanca,
más tersa, más joven y hasta virgen. No hay imposibles para la tecnología de la
medicina plástica y de su prima, todavía más ambiciosa, la cosmetología
reconstructiva.
En la
era del rock hubo pocas cantantes femeninas. En ese género, la imagen otra no
cuajó y hasta hundió a algunas, como Janis Joplin. Yo recuerdo la voz de Mary
Hopkin, era tan aguda y distinta, y jamás, eso sí, pese a que sí me considero
de sus tiempos, habría gustado de Madonna.
Crecí
también con la canción de protesta (precursora de la trova) y entre los
parangones dignos de mi cuaderno puedes contar a Violeta Parra y Mercedes Sosa.
No me sentía completamente imitativa, pero tuve mi choca en que usaba la ropa del mercado, con las blusas bordadas
de Aguascalientes y las faldas de algodón acompañadas de rebozo o chalina de Cuetzalan
del Progreso y blusas de ribete ancho para caer naturalmente revelando un
hombro. Siempre he salido de pelo lavado, a donde sea y no uso maquillaje,
salvo que me aliste para una foto o que vaya a algún sitio en donde intuya que
se me criticará en exceso si voy de cara lavada.
Hoy,
las chicas buscan la ropa entallada y, sobre todo, la acentuación del cuerpo
que redunda en una imagen repetida, por demás artificial y voluptuosa. Pero si
para las abuelas el cuerpo resultaba de la actividad, el ejercicio e incluso la
físico-escultura vía la gimnasia reductiva o el baile, hoy las chicas en su
mayoría adoptan la vía corta de la cirugía, los implantes y las inyecciones. La
carrera tenebrosa de las apariencias a nadie engaña ya. Todas a cierta edad
parecen pensar que lo normal es “hacerse algo”. ¿A tu edad, no te has hecho
nada? Esa fue la pregunta de una amiga a la que no veía desde hace años. Ignoro
si me alababa o si me sobajaba al verme tan juana-del-diario, sin afeites
comprados, sin restiradas y según llamó, muy folclóricamente, “dueña de la
zozobra de quien todavía no sabe que hay que ponerse las nachas en la cara”.
Irreconocibles,
muchas mujeres de hoy se abultan los labios, se afirman la piel con grasa o
silicona, se hacen tasajear la piel que
sobra y se adelgazan las piernas retirando la capa de epidermis que ha
perdido firmeza con invasivas cremas exfoliantes. Una vez que lo logran, el
resto, piensan, lo consigue la faldita pegada al cuerpo, el escote hasta el
ombligo y las extensiones de pelo para creer que el tiempo no ha pasado.
Todavía
es un atrevimiento salir “sin arreglar” y que el arreglo se considere lo
básico, peinadas, vestidas y sonrientes. La mayoría de mujeres no se atreven a
mostrarse tal cual. En la carrera por agradar, que mi abuelita diría que jamás
concluye porque “no se puede agradar a todos, todo el tiempo”, las mujeres
parecen capaces de todo.
Y como
si se tratara de expertas en mercadeo, deberíamos preguntarles cuál es su plan
de negocios, cómo conciben el trasiego de la obra lograda o cuánto piensan
invertir para sacarse provecho. Las respuestas no llegarán jamás. Las mujeres
más ricas, según muestra la serie Las reales amas de casa de Beverly Hills –The
Real Housewives of Beverly Hills-, tan de moda, no son ni reales, ni amas de
casa, y menos aún, felices. En el ápice de la vida, con todo el dinero del
mundo para colmar sus gustos y saciar sus pasiones más ocultas, no saben en qué
gastar, padecen de adicciones destructivas, se destruyen unas a otras, son
envidiosas y soberbias, llevan vidas vacuas y sobre todo, viven para la cámara
y, por ende, para las apariencias. Tan sólo en la realización de la serie de
más alto rating en la historia del Reality Show, ha habido divorcios,
enfermedad, intervención por alcoholismo, fracasos, suicidios. El espectáculo
de la realidad no deja ver sólo lo bueno o no consigue que todo sea bueno. El
plano terrestre, donde la gente envejece, engorda o pierde el pelo, no le
cuadra al mundo de Hollywood, que por años ha monopolizado la imagen con su
visión que dicta que las mujeres sean blancas y delgadas, al punto de la
bulimia y de la anorexia y, por supuesto, que jamás pasen de los treinta.
El
verdadero espectáculo de Hollywood, durante la más reciente ceremonia de los
óscares era Meryl Streep, entre las pocas mujeres que no tienen veinte años.
Durante décadas las mujeres de su edad se han eclipsado o desaparecido en el
más allá de la vejez prematura y de las arrugas de la cuarentona, en casonas
sombrías, recluidas para que la gente las eternizara de divas, como habían sido
para las pantallas.
En este
contexto de apariencias ¿celebrar el día de la mujer?
¿De
cuál mujer, pregunto yo? ¿De Hillary Rodham Clinton, a quien las propias
mujeres descartan por vieja o por no ser su esposo? ¿De Michelle Obama, esa
abogada y exitosa administradora, a la que el país convirtió en una mujer que
sólo ha dado que hablar por la ropa que se pone o por sus maravillosos brazos?
¿De Cristina Fernandez de Kirchner, que sin el “de” junto al Kirchner no habría soñado
estar en dónde está, sentada a la derecha de Dios y a la izquierda del fantasma
de su marido? ¿De Michelle Bachelet de quien una chilena me dijo que era gris,
no refiriéndose a sus políticas o a sus planes de gobierno, sino a su ropa y su
estilo de peinado? ¿De Ángela Merkel, tristemente puesta a competir no con
predecesoras de valía o renombre como Margaret Tatcher, Indira Ghandi o Golda
Meier, sino con otras figuras europeas que de verdad hacen girar los ojos y
armar el espectáculo (yo diría el bochinche mediero) Kate Middleton (familiar
de Catherine Middleton) o Letizia Ortiz?
Hoy poco
ha cambiado desde el siglo pasado en que las mujeres iban asociadas a la moda,
a la fatuidad, al glamour. Como entonces en que a Jackie Kennedy se la tenía de
modelo, hoy se busca a la reina joven, a la cantante joven, a la actriz joven.
El éxito no se mide por aspiraciones sino por espejismos. Lucero se siente
feliz porque todavía le dan el protagónico de las telenovelas, pese a las patas
de gallo y las lonjas que disimula con fajas y tomas a las que cataloga de “muy
cuidadas”.
No, no
espero que el mundo sea el que imaginó Botero, pero sí el de Rubens. No me
gustaría que sólo gobernaran las de ochenta, pero sí que las mujeres no dejaran
de verse a sí mismas más allá de los treinta y que el papel de la bella de
cincuenta no se logre en base al cuerpo artificial de la que quiere parecer de
treinta o que el resto de las mujeres se eclipse, a partir de los cuarenta.
Así que
yo diría, celebra a la que eres, sin ningún truco, sin engañarte. Mira
alrededor de ti y cuenta lo que la vida te ha dado que también con eso hay que
ser justos, pues no debes subrayar solo los milagros o los éxitos, también
debes contar las arrugas, las imperfecciones con las que aprendiste a vivir al
punto de que ya ni las notas, las canas que probablemente ocultes, como yo,
tras un tinte, la lonja y la celulitis que te dejaron la maternidad y los años…
En esta ocasión celebra a la que eres entendiendo que también las mujeres tenemos
nuestro encanto en la vejez si sabemos ponernos la mirada de quien no se resiste
a ver la realidad.
¿La
vida es una película? Que la tuya tenga el libreto más real, el más verosímil y
fidedigno a cuanto te condujo al punto en el que estás, el mejor, el único, el
que debes disfrutar, como si fuese el último.
Para
ser mujer no hay que reír como boba, o caminar en zancos, o parecer más tonta,
o saber cocinar… ninguno de esos requisitos impuestos por las personas más
vacuas cuenta en el trazo. ¿Te reconoces? ¿Te amas? ¿Te plantas sobre el suelo
cada día para enfrentar lo que venga?
¿La
Félix? Claro, pero por su naturaleza bragada y su aplomo. ¿La Merkel? Por
supuesto, pero por que lleva los pelos en la mano y no se arredra, pese a que
sigue gobernando en un mundo de machos. ¿Hillary Rodham? Pero la que dejó de
calle a su marido, hace dos décadas, manteniéndose activa en la política,
mientras que él vive el retiro de los ex presidentes. Que el cambio empiece en
ti. Y envíame tu foto, tal cual eres, de cara lavada y pelo mojado, si quieres.
8 de
marzo, día de la mujer.
Texto y foto © María Dolores Bolívar
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