María Dolores Bolívar
El color
Desde
hace años que las ciudades y los barrios antiguos en Estados Unidos cambian de
color. La mayoría de personas que llegan a vivir a una casa vieja vienen de
otra parte. En la geografía san dieguina, por ejemplo, la antigua división
norte sur se ha modificado.
Los
hispanos ya no solo están en Chula Vista, National City o la zona sur del
centro de la ciudad, en barrios como Logan, Sherman o Golden Heights. La misma geografía de tú en tu
lado y yo en el mío se ha extendido, por núcleos hacia los cada vez más amplios
territorios de la geografía suburbana.
En los
últimos diez años hemos visto cambiar el color de Mira Mesa, Vista, Escondido,
Oceanside, Ramona, El Cajón, Spring Valley. La línea divisoria no solo va con
los hemisferios sobre el mapa sino que corta en dos mitades el abajo y el
arriba. Si miras hacia las casonas de los cerros, éstas denotan dominio sobre el
mundo y estas parecen recibir más aire,
más luz, más sol. En el extremo de
abajo, a ras de valle, sin vista qué reclamar y disputándonos cotidianamente la
reducida parcelita de terreno, estamos todos los demás.
Cruzando
la calle, sobre la que se levantan los edificios de apartamentos donde yo vivo,
está una comunidad que cotizó dos cientos mil dólares por unidad más que la
mía, la razón, los metros hacia arriba. Al final, la empresa que vendía los
condominios de mi lado desistió de hacerlo. ¡Sorprendente! Uno diría que habría
sido más fácil vender los más baratos, pero no. “Fracasaron”, resumió con un
solo verbo, en pasado simple, la vecina metiche que aseguró que los aspirantes
a condominio tuvieron que volver a rentarse por no llenar el requisito de la
altura.
Yo, que
lucía demasiado alegre con mi “condominio” vuelto a alquilar, no tuve ninguna
justificación a mano para agregar a aquella trama de los hemisferios y sus
bordes. Y abajo he permanecido, como si nada, evitando los cruces con la vecina
que no concretó su sueño, por unos cuantos pies.
Soledad y silencio
La
semana pasada en mi edificio una fiesta de cumpleaños generó un tremendo desaguisado.
Abrí mi puerta, que da a un pasillo profundo, a eso de las once de la noche
porque desde las escaleras y el piso
superior se dejaban oír los gritos de muchos que reclamaban silencio para poder
dormir.
Cuando
note que eran apenas las once y que los tales ruidos que acusaban eran casi
imperceptibles desde mi apartamento, las quejas me parecieron excesivas. ¿A las
once? Pero si hasta Cenicienta obtuvo permiso para fiestear hasta la media
noche.
La
chica del cumpleaños debe haber intuido que yo era su única aliada pues caminó
en la oscuridad hacia mí para aclararme que esa noche cumplía diecisiete y que
sus padres no sabían que había invitado más chicos de la cuenta. Jamás sabré
cuantos comensales hubo porque al tiempo en que la cumpleañera me contaba la
historia, ellos se dispersaban, como hormiguitas descarriadas, hacia la
oscuridad del exterior, por si venían los agentes de seguridad que nos
resguardan, a pedido, las veinticuatro horas.
¡Esto
es un apartamento! Me escuché decir al tiempo en que cerré la puerta, indignada,
no por los celebrantes, sino por quienes armaban la pelea contra ellos, generando
un escándalo mayor.
Entonces
comprendí otra nueva realidad. La soledad. Nuestra sociedad es eso, un mundo
compartimentado de gente solitaria. Un coche por persona y para cada uno,
también, una casa. Los viejos morirán o se irán a los llamados centros de
retiro y muchas familias se separarán convirtiendo a la mayoría de niños y
adolescentes en habitantes temporales, entre casas. Esta panorámica demográfica
predomina en las comunidades de cuello blanco como la mía. Durante el día, la
soledad aumenta. Me declaré hace mucho la habitante fantasmal que se queda de
día en un barrio casi desierto. El poco movimiento y trajín de mis vecinos
inicia a eso de las cinco en adelante, con el ultimo motor que se enciende no
más tarde de las nueve. Los primeros en retornar, con excepción de pocos
jóvenes preparatorianos que llegan solos a eso de las tres, aparecen a las seis
o las siete, la hora en que apuran a sus perros a pasear.
Mi zona
inauguró en los setentas la moda de las comunidades recámara. Hoy, representa
el sur de esa mancha suburbana que conecta hacia el norte con Riverside y San
Bernardino. He llegado a pensar que no se puede morir aquí de día y ser
socorrido por otro ser humano. Entre las nueve y las cinco solo se oye
conversar a los cuervos.
La pugna por un mundo sin otros
Por ahora son 26 los estados que se han sumado a la demanda contra el presidente de la república, Barrack Obama. Se trata, según colijo, de una guerra legalista y no directamente de una de tintes demográficos, pese a que posterga, en principio y tal vez por años, la realización del sueño americano para varios millones de personas. La demanda contra el presidente por su orden ejecutiva conocida como DACA, iniciada por un juez de Texas, pondrá en suspenso la vida de esos muchachos y de los padres de ciudadanos estadounidenses, según se decreto a finales del año pasado que podrían solicitar un permiso de trabajo al iniciar febrero de este año.
Los estados querellantes son 26, casi todos gobernados por personas afiliadas al partido republicano, aunque dos de ellos, Montana y Virginia, sean demócratas y que algunos estados, siendo republicanos, no se hayan sumado a la demanda –así Illinois, Iowa, Maryland, Massachusetts, Nueva Jersey, Nuevo México y Wyoming.
Los que sí se sumaron -Alabama, Arizona, Arkansas, Florida, Georgia, Idaho, Indiana, Kansas, Louisiana, Maine, Michigan, Mississippi, Montana, Nebraska, Nevada, Carolina del Norte, Dakota del Norte, Ohio, Oklahoma, Carolina del Sur, Dakota del Sur, Tennessee, Texas, Utah, Virginia del Oeste y Wisconsin- entran en esta querella que es una contra del presidente Obama, sin más aparente causa que la de ser afro americano.
Como político al mando del poder ejecutivo Obama ha sido el más centrista de los presidentes contemporáneos. Se opuso al seguro medico universal, deportó al mayor numero de trabajadores sin documentos, ha sido laxo para con las empresas que encararon la ley laboral no reduciendo los beneficios sino las horas que labora un trabajador para así rehuir a sus responsabilidades. Las acciones militares de EEUU son más intensas y extendidas que nunca, ha fortalecido a los capitales privados manteniendo una taza baja sostenida de contribuciones tributarios. Con un perfil como ese, sin embargo, no ha logrado Obama ni un solo compromiso de los representantes y estados afiliados al partido republican quienes aún con gestos no dejan de hacer ver que les incomoda su presencia. Pese a que arremeten contra él reclamando la legitimidad obtenida mediante el voto de sus constituyentes que según ellos Obama no respeta, ignoran ellos sin ambages que también fue el voto quien validó la legitimidad del presidente en su segunda contienda por la casa blanca. También sin explicación son constitucionalistas y obedientes de la ley y del voto cuando éstos les favorecen, pero rebeldes y caprichosos cuando éstas los impugnan.
La pregunta que queda en el aire es qué pasaría si en el mapa nacional ocurriese lo mismo que ya ocurre en el de los barrios y las ciudades, la escisión por colores, el separatismo evidente, el racialismo a ultranza donde, incluso entre las minorías fuesen las Alturas y el color del cuello las que marcaran distancia y división para las policías, para las cortes, para las leyes, para la constitución. Porque también se hace necesario mirar al interior de cada uno de esos veintiséis estados votantes y su composición demográfica como podríamos hacerlo individualmente con Texas, Louisiana, Alabama, Florida o Arizona.
Los estados querellantes son 26, casi todos gobernados por personas afiliadas al partido republicano, aunque dos de ellos, Montana y Virginia, sean demócratas y que algunos estados, siendo republicanos, no se hayan sumado a la demanda –así Illinois, Iowa, Maryland, Massachusetts, Nueva Jersey, Nuevo México y Wyoming.
Los que sí se sumaron -Alabama, Arizona, Arkansas, Florida, Georgia, Idaho, Indiana, Kansas, Louisiana, Maine, Michigan, Mississippi, Montana, Nebraska, Nevada, Carolina del Norte, Dakota del Norte, Ohio, Oklahoma, Carolina del Sur, Dakota del Sur, Tennessee, Texas, Utah, Virginia del Oeste y Wisconsin- entran en esta querella que es una contra del presidente Obama, sin más aparente causa que la de ser afro americano.
Como político al mando del poder ejecutivo Obama ha sido el más centrista de los presidentes contemporáneos. Se opuso al seguro medico universal, deportó al mayor numero de trabajadores sin documentos, ha sido laxo para con las empresas que encararon la ley laboral no reduciendo los beneficios sino las horas que labora un trabajador para así rehuir a sus responsabilidades. Las acciones militares de EEUU son más intensas y extendidas que nunca, ha fortalecido a los capitales privados manteniendo una taza baja sostenida de contribuciones tributarios. Con un perfil como ese, sin embargo, no ha logrado Obama ni un solo compromiso de los representantes y estados afiliados al partido republican quienes aún con gestos no dejan de hacer ver que les incomoda su presencia. Pese a que arremeten contra él reclamando la legitimidad obtenida mediante el voto de sus constituyentes que según ellos Obama no respeta, ignoran ellos sin ambages que también fue el voto quien validó la legitimidad del presidente en su segunda contienda por la casa blanca. También sin explicación son constitucionalistas y obedientes de la ley y del voto cuando éstos les favorecen, pero rebeldes y caprichosos cuando éstas los impugnan.
La pregunta que queda en el aire es qué pasaría si en el mapa nacional ocurriese lo mismo que ya ocurre en el de los barrios y las ciudades, la escisión por colores, el separatismo evidente, el racialismo a ultranza donde, incluso entre las minorías fuesen las Alturas y el color del cuello las que marcaran distancia y división para las policías, para las cortes, para las leyes, para la constitución. Porque también se hace necesario mirar al interior de cada uno de esos veintiséis estados votantes y su composición demográfica como podríamos hacerlo individualmente con Texas, Louisiana, Alabama, Florida o Arizona.
El fundamentalismo me excluye
Dios te
ama se ha vuelto un lema común que uno encuentra adherido a los coches, las
puertas, las bardas y, claro está, las iglesias–que a menudo se alojan en
edificios que alquilan el salón o el teatro donde estas sesionan solo los
domingos. Pero la acepción del amor de Dios, así lanzada, parece reducirse al
sentimiento que el santo poder prodiga únicamente a su feligresía, en el mejor
de los casos.
Al
mandar traer la grúa para que quitase los coches que impedían a los fieles
hallar estacionamiento, el pastor de la iglesia protestante que se estableció
en un edificio cercano al mío no se tentó el corazón ni invocó el amor de Dios.
Tampoco clamaron amor al prójimo los luteranos que se colocaron frente a la
escuela de esa denominación para exigir la expulsión de los niños migrantes de
su ciudad, en la que de otro modo se describe como una comunidad religiosa, en
Murrieta California.
Al parecer
el amor de Dios se gradúa en base a orígenes nacionales y se prodiga
diferencialmente a grupos, de acuerdo al pensar de los fundamentalismos, tan
variopintos como la población que diezma a su favor.
Yo vivo
en el borde de una zona donde el censo consigna que hay 70 por ciento blancos y
15 por ciento de asiáticos. Las otras minorías son 7.8 de hispanos, 3.7 de Afro
Americanos, 2.4 de otras razas y 0.01 de indios Americanos. Muchos de los
hispanos en mi barrio no se identifican a sí mismos así, argumentando que la
hispanidad no es una raza y acogiéndose a una definición socioeconómica y genética
que los hace lucir tan blancos como los autodefinidos como tales.
En Mira
Mesa, el área residencial vecina, la composición demográfica es muy distinta,
con una mayoría de población de origen asiático y donde los hispanos conforman
una tercera minoría, después de los clasificados como blancos o caucásicos de 9
mil personas, lo que equivale a un porcentaje aproximado de menos de 30 por
ciento.
Otros
datos interesantes apuntan hacia un dinamismo impredecible que ejercerá una
fuerte presión en la conformación de los mapas culturales en el mediano plazo.
Los poco menos de 34 mil habitantes de origen asiático de Mira Mesa tienen un
número aproximado de menos de 2000 niños menores de 5 años mientras que los
hispanos, que ascienden a poco menos de diez mil, tienen casi mil niños en ese
mismo grupo y para los 22 mil habitantes blancos, más del doble de hispanos, la
cifra de niños es inferior a los mil doscientos (con una curiosa ventaja relativa
para los hispanos). Estos datos muestran que al ingresar a la escuela publica,
los niños del barrio revelarán un mapa muy distinto al de la distribución
demográfica de las generaciones de adultos.
Para los
niños, será evidente que no hay ya mayorías y que el mapa variopinto de la
población de EEUU es una realidad irreversible. Y por encima de las razas se
yerguen los muros invisibles trazados por las iglesias y al interior de las
iglesias de los feligreses que subclasifican en horarios, idiomas y secciones virtud
de las cuales hay quienes jamás se juntan y, en algunos casos, ni se tocan ni
se ven.
Acudí
este pasado diciembre a la misa de gallo y las mañanitas a la virgen de
Guadalupe. En aquella congregación solo hubo hispanos. Otros grupos veneran a
su santo en idioma y tradición diversa y el catolicismo no se mezcla, salvo muy
contadas ocasiones con otras fes cristianas, pese a que Cristo es uno mismo
para todas.
Y como en otros casos en los que de facto sí parece contar el color,
la raza, el origen, el género, veremos que para Dios ni todas las iglesias son
iguales ni mucho menos están todas abiertas para quien decida acerque y, por
supuesto, que de ese mapa quedan fuera también los indecisos que como yo…
solemos dejar pendiente de respuesta la pregunta de la religión. [Continuará…]
Texto y foto © María Dolores Bolívar
Texto y foto © María Dolores Bolívar
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