¿Reconoces esta torre? Tal vez no la identifiques a primera vista. Se trata del palomar en donde se refugió Tita, la protagonista de Como agua para chocolate, el día en que descubrió que su sobrinito había muerto. Está situado en el antiguo ejido de San Isidro, Coahuila. (Fotografía de María Dolores Bolívar)

Thursday, February 05, 2015

La disidencia y las fosas clandestinas


María Dolores Bolívar

“Atorados” dice por único dictamen un gobierno que no busca la justicia sino salir de un impasse que lo tiene, según su propio dicho, “cansado”… La involuntaria elocuencia de esas palabras revelan a nuestro país como una democracia fracasada.

Desconfianza, dolor, rabia, duda, preguntas… todos los mexicanos somos víctimas.

“Llevaré a los padres a los cuarteles”, dijo el secretario de gobernación con cara de indignado. Su vaga aclaración no era afirmativa, advertía en cambio a los que no son padres de las 43 víctimas de la violencia policiaca de Cocula que no entrarán.

“La transparencia” concesiva (¿condescendiente?) de ese señor me es evidente. Piensa que el abrir los cuarteles a la ciudadanía es una gentileza de su parte, debida sobre todo a su benevolencia… y no un compromiso con la democracia, ni menos la respuesta obligada por parte de un funcionario público.

Otra voz espuria resonaba en el ánimo, la del procurador de “justicia”. Sus referencias al dolor llevaban consigo la apariencia de cansancio, límite, advertencia. El creer y aceptar la verdad iba, como por decreto, a advertir a todos que, aunque el caso no se cierre, ya no hay vidas qué exigir. Como si dictar la muerte desde la procuraduría fuese con la advertencia de que no se tolerará ya marchas ni quejas.

La expresión desafortunada de “estar atorados” dictó otra alocución presidencial. “No podemos quedarnos atorados” aseveró el presidente varias veces, al referirse a un país que no parece avanzar, a su juicio, hacia donde él quiere. ¿Y qué quiere el presidente? Que el país de vuelta a la página y siga… es decir, que sigan adelante sus reformas, la corrupción, etcétera.

La situación, el relato de los hechos, la fabricación de testigos, las llamadas “pruebas”… nada convence menos que esas verdades, no se sabe si ensambladas para horrorizar o para hacer creer, de nuevo, que los muertos estaban en el lugar equivocado, que su muerte se debe a un error de cálculo por parte de ellos –los muertos- y que el gobierno no tiene más responsabilidad que urdir la narrativa que lo saque del “atorón” y seguir adelante.

Surgen muchas preguntas. Qué pasaría en EEUU si 43 estudiantes desaparecieran y que se diese a conocer que el alcalde de su ciudad era el principal responsable de su desaparición. Que al conocer de los hechos el procurador de justicia de la nación ordenase no su aprehensión, sino la vigilancia cautelar.

Que luego, al buscar a los desaparecidos aparecieran restos de muchas más personas, en numerosas fosas clandestinas. No la existencia de una o dos, sino de campos enteros de restos humanos para los que las autoridades municipales, estatales y federales dicen no tener pista de quienes son o por qué están ahí.

Si además el clamor de los pasados seis años se sumase al de los últimos tres en los que no solo se acumula la rabia sino más muertes -decían que el número ascendía a setenta mil, pero probablemente sea mayor- a los que el régimen anterior llamó “daños colaterales” sin jamás aclarar ni una sola, así fuese perpetrada por secuestro, matanza, enfrentamientos, fuegos cruzados, reventamientos de casas achacadas a una guerra sin cuartel y sin rostro. Porque desde hace ya quince años que se implantó la costumbre de que policías y soldados lleven pasamontañas para cubrirse el rostro.

¿Qué pasó en Tlatlaya? ¿Qué pasó en Cocula? Y las preguntas y las muertes se parecen a otras. En el televisor escuché a un entrevistado decir que no se aclaran en México las muertes desde el sesenta y ocho… Pero se equivocaba, en México las muertes nunca han sido aclaradas. Cayó el imperio luego de colocar las cabezas de sus enemigos, los criollos alzados, en ganchos que todavía penden de la Alhóndiga de Granaditas y, desde entonces, el enemigo de los mexicanos nunca da la cara. “Lo mataron” se dice… “fue baleado”… A tono impersonal se evade responsabilidades. El mal llamado “crimen organizado” es hoy la pauta de una criminalidad que jamás se aclara ni jamás se castiga. Y si alguien pagó por todas esas muertes de la historia fue algún incauto que “confesó” su crimen, sin jamás denunciar de dónde vino la orden.

Y vuelvo a la pregunta. ¿Qué ciudad, qué estado en EEUU, qué democracia en el mundo habría resistido un embate como ese? ¿En qué periódico del mundo un encabezado igual: “desaparecidos 43 jóvenes, se piensa que la policía los quemó, echando al río sus restos”, habría quedado sin aclarar? ¿En qué país del mundo un hecho semejante habría dejado al gobierno dar vuelta a la página y luego salir ileso, sin condena ni mancha? Vaya… ¿qué narrador fantasioso, habría urdido esta trama de 43 desaparecidos cuya búsqueda llevase a otras fosas, quiero decir, de Cocula a La Joya, De La Barranca del Tigre a Las Parotas…  Y que esas horríficas tumbas clandestinas llevasen a otras en una interminable búsqueda de restos sin nombre…?

¿Narcofosas? Las tumbas masivas (bien habríamos podido decir tiradero de huesos) que para la ley y al estado de derecho no son sino eufemismo, quedan de sola evidencia de una cadena de muertes y una guerra interminable donde los mexicanos, las víctimas, no sabemos bien a bien quien dispara, quien mata, quien muere.

Los culpables, a menudo coinciden con las policías, el ejército, la autoridad. Y no nos enteramos por qué encarcelan y a quién, a quién enjuician, a quién castigan, a quién indultan… Aquí y allá surgen los sospechosos, los confesos, los exhibidos ante las cámaras a manera de espectáculo, pero luego sus juicios se posponen, se obvian, se condonan. Los caídos en manos de la justicia ya son exonerados, ya huyen. En más de una ocasión ha habido muertos que revivieron, cadáveres que luego huyeron, restos que se extraviaron. Sucede igual con los botines, cambian de manos, se esfuman, vuelven a aparecer.

Las fosas clandestinas son hoy el símbolo tajante de un país donde reina la impunidad, donde los procesos no se siguen, donde autoridades y criminales gozan de fuero.

¿Qué más? ¿Qué sigue? Sólo preguntas, estimo.



Texto y foto © María Dolores Bolívar

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